Mirad: cada uno tendrá su propio punto de referencia; pero para mí, así en frío, un juez es una persona de lo más cómún y corriente que estudió Derecho, más tarde un curso que le habilita para juzgar (?) al prójimo y luego aprueba una oposición, se viste con una bata negra y se sienta tras un estrado. A mi juicio eso, de todos modos, no convierte a nadie en un ser áureo con legitimidad divina para decidir sobre vida y hacienda de sus semejantes. Llamadme descreído pero, sin decir que no deba aplicarse la Justicia, sí digo que lo que normalmente se aplica es la LEY; que no tiene por qué ser justa. Lo cual convertiría a los jueces togados en funcionarios al servicio de los intereses de aquéllos que sientan las leyes; eso, a veces, puede coincidir con personas que se comprometan de verdad con la JUSTICIA, que se sitúa SIEMPRE por encima de cualquier ley; esas personas, por lo tanto, estarían al servicio del individuo, no al de una jerarquía dominante en particular. El problema es, ciertamente, un nudo gordiano nada fácil de desatar. En todo caso, no quisiera yo tener que juzgar a nadie aunque, a veces, mi condición de animal social me impulse a ello, a pesar de mis intentos en contra. Quizás por eso y como solitaria (y, por lo tanto. inútil) rebelación ante la ley ciega y la injusticia, conocí (y juzqué, en mi fuero interno) el caso de dos chicas (una en un vuelo Amsterdam-Alicante, a la salida; otra en un vuelo Madrid-Bombay, a la llegada) que, mucho antes de que este artículo se publicase, sufrieron ese tipo de vejación legal e injusta de la intimidad: la primera fue completamente desnudada en una habitación y, tras registrar concienzudamente sus ropas y equipaje de mano, decidieron que una agente le examinase la vagina y el ano (naturalmente, metiendo los deditos), a ver si econtraban alguna cosa que, de todos modos, hubiera aparecido en las pantallas, gracias a los RX con que gratuitamente nos obsequian en los aeropuertos (y cuyas dosis no se vigilan ni se computan, ni en los pasajeros, ni en los operadores); la segunda, en viaje de novios y al dirigirse a un país "cálido", me contaba que decidió ponerse bien fresquita; así que se vistió tan solo con unas chanclas, unas braguitas y un vestidito suelto de tirantes; al llegar a Bombay, fue separada de su novio y metida en una cabina con la puerta abierta (ni siquiera una habitación), donde dos guardias masculinos le hicieron apoyar las manos en la pared y separar las piernas, tras lo cual se dedicaron a buscar por todo su cuerpo peligrosos cinturones de bombas o droga pegados con cinta adhesiva a los pechos, o introducidos en su ano o en su vagina; el suplicio duró, según me contaba, casi una hora, durante la cual varios guardias (siempre masculinos) se turnaron en realizar las mismas maniobras de búsqueda (se ve que no se fiaban mútuamente de su pericia como buscadores de drogas y explosivos). Sin duda, un refinamiento del pat-down que la articulista menciona más abajo.
Bueno, de momento, os dejo un artículo que dará a más de uno (eso espero) materia de reflexión acerca de los jueces y la Justicia:
El uso de la
humillación sexual como táctica pólitica para controlar a las masas
¿Usa el Estado [USA] la humillación sexual para mermar
la psique colectiva y estrechar su control sobre la población? Viejas tácticas
de poder que se transforman bajo la máscara de la guerra contra el terror.
Que el sexo quita y otorga poder, no es algo que
debería sorprendernos —lo experimentamos cotidianamente, seamos o no
conscientes de ello. Generalmente padecemos el sexo en el espacio público como
una herramienta mercadológica y, por supuesto, en las relaciones personales,
influidas por esta transmisión global, como una moneda de cambio (una
transacción también energética).
Pero el sexo también tiene una dimensión política,
algo que históricamente ha sido utilizado por la religión en su ambición de
detentar el poder, de reprimir para controlar y así guardarse celosamente “las
llaves del cielo”, impidiendo el desarrollo y la liberación del individuo
que necesariamente pasa por la comunión energética entre el cuerpo y la naturaleza
(o la inferfaz entre el hombre y el universo).
Probablemente fue Michel Foucault quien despertó
nuestra conciencia a la manipulación sistemática que hace el Estado de nuestros
cuerpos —entendidos como objetos de poder. Pero actualmente estamos ante
una de las más conspicuas manifestaciones de esta añeja veta de violación
de la privacidad y posesión la intimidad. La intimidación y la humillación
sexual es un capital sumamente útil para un Estado que busca combatir la
supuesta guerra contra el terror (que en su reverso podríamos ver como la
amenaza que le significa la diferencia y la libertad) infundiendo terror
preventivo.
En un notable artículo para The Guardian, la periodisya
Naomi Wolf explora las aristas de la humillación sexual con fines políticos,
alertando sobre el creciente uso de esta táctica. Recientemente la Suprema
Corte de Estados Unidos decidió que cualquier persona puede ser registrada desnuda
una vez que ha sido arrestada, por cualquier ofensa menor, en cualquier
momento. Esto no sería tan grave si no se hubiera pasado la ley NDAA, que permite la detención militar
de un ciudadano estadounidense indefinidamente, sin tener que ser llevado a
juicio, o la HR 347, que plantea una sentencia de hasta
10 años por protestar cerca de alguien que tenga protección del Servicio
Secreto. Leyes que parecen hechas a la medida para contrarrestar movimientos de
protesta como Occupy Wall Street y perturbar la psicológicamente a
cualquiera que se considere, arbitrariamente, una amenaza a los oscuros
designios del poder invisible.
Esto se une a la controvertida implementación de los
escaneos a cuerpo completo (los cuales han sido descritos como
pornografía burócratica en rayos X) y de los cateos de las llamadas “partes privadas”
a los que, uno u otro, son sometidas las personas en los aeropuertos de Estados
Unidos. Scanners que por cierto representan un enorme
negocio para George Soros y Michael Chertoff, ex Secretario de Seguridad Nacional, ligados a la
empresa fabricante Rapiscan (cuyas cínicas siglas en inglés pueden traducirse violaescáners).
Se podría decir que este tipo de cateos o indagaciones
del cuerpo son meros trámites y que si no nos avergonzamos de nuestro cuerpo no
haya nada de que escandalizarnos. Pero la realidad es que en una sociedad que
sistématicamente está siendo programada para sentir que su cuerpo, por no
ajustarse a los paradigmas de la belleza o por la larga losa de la represión,
es inadecuado y es algo que debe de ocultar, esta exhibición forzada ante la
ley significa una experiencia posiblemente traumática y un nuevo psy-op
(operación psicológica). Y por estas mismas razones psicosociales representa un
hervidero de posibles violaciones sexuales e humanitarias —algo que puede
claramente verse en las prácticas de
tortura sexual de los soldados estadounidenses en Irak, en la prisión
de Bagram en Afganistán y en la
sodomización mediatizada de Gadafi.
Uno de las primeras personas en manifestarse en contra
del “strip-search“, el cual ahora puede aplicar la policía casi a
voluntad, Albert W.
Florence, relató
haber recibido la orden: “Voltéate. Caga y tose. Abre tus cachetes”. Florence,
quien fue detenido por una infracción de tránsito, dijo que los sucedido lo
hizo “sentirse menos hombre”.
Anthony Kennedy, uno de los jueces que aprobó esta
ley, explicó que la medida es necesaria ya que uno de los terroristas del 11-S
pudo haber sido detenido por conducir a exceso de velocidad —y entonces se
asume que tal vez registrar su genitalia o su ano pudo haber de alguna manera [haber]
acabado con los planes para derribar las Torres Gemelas.
Naomi Wolf nos recuerda que el uso de la desnudez
forzada por el Estado es un síntoma de un descenso al fascismo:
El uso político de la desnudez forzada por régimenes
anti-democráticos ha sido establecido hace mucho. Forzar a que las personas se
desvistan es el primer paso a quebrantar su sentido de individualidad y
dignidad y reforzar su falta de poder. Mujeres escalvizadas eran vendidas
desnudas en las calles del Sur de Estados Unidos y adolescentes esclavos
servían a mujeres blancas en las mesas del Sur, mientras ellos estaban
desnudos: su humillación invisible era un tropo para su desmasculinización.
Prisioneros judíos eran pastoreados a campos de concentración sin ropa y fotografiados
desnudos, como han reiterado las imágenes icónicas del Holocausto.
Wolf señala, en un dejo de Foucault, que las prisiones
militares tienen incorporadas a su arquitectura esta potencia de humillación
sexual. En su visita a Guantánamo observó cómo los cubículos transparentes de
las duchas daban al atrio central donde guardias femeninas veían obligadas a
prisioneros musulmanes desnudos. O la observación aeroportuaria de la tendencia
de los guardias a juntarse a observar cuando una mujer está siendo “registrada”
(lo que se conoce como el pat down).
Esta invasión del Estado a lo íntimo tiene su lado un
tanto más inmaterial a través de la vigilancia y el espionaje cibernético —cuya
nueva y más poderosa manifestación orwelliana es la reciente construcción de un centro de
recopilación de información en Utah que la revista Wired llama La Matrix. Nuestra mente y nuestro cuerpo es
información: poder.
Wolf cree que este incremento en la vigilancia y en la
humillación sexual como polo físico de la vigilancia y la prevención del terror
a través del terror obdece, a su vez, a un incremento en la libertad que ofrece
Internet y en la conciencia que se manifiesta como rebeldía civil. Es casi un
mecanismo automático reactivo de la tiranía multicéfala que se difumina en el
aparato de control. Sin embargo, no quisiéramos caer en la paranoia y quizás lo
mejor que podemos hacer es salir desnudos al sol, donde siempre estará latente
la comunión orgiástica con las fuerzas de la naturaleza no reguladas… con los
hombres libres, los árboles, los animales y los elementales.
Enrique de Tomás
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